Homilía III Domingo Ordinario / B. Domingo de la palabra de Dios.
(Jonás 3, 1 – 5 / Salmo 24 / 1ra Corintios 7, 29-31/ Marcos 1, 14-20)
¿Qué harías si supieras que te quedan 40 días de vida, que tu ciudad, y en ella toda tu familia y amigos van a ser destruidos? A Jonás Dios le encomendó la misión de advertir a los habitantes de Nínive que en 40 días la ciudad sería destruida. En este caso, los ninivitas creyeron en Dios. Cuando Dios vio sus obras y cómo se convertían, cambió de parecer y no los castigó. A nosotros nos pasa algo parecido. Tenemos una cantidad de días en esta tierra, la diferencia es que no sabemos cuándo van a terminar, pero no son infinitos. Estamos también invitados a creer en Dios, a cambiar nuestra vida y así recibir de parte de Dios, la entrada en el Reino de cielos.
Muchas veces no sabemos que estamos en el error. Otras veces, sabemos que estamos en el error pero creemos que nadie lo sabe, y pensamos que si nadie lo sabe, no hay problema. Ocurre también que sabemos que estamos en el error y que la gente lo sabe, pero creemos que no tiene consecuencias. Que no va a pasar nada. Y resulta que sí, que nuestros errores siempre tienen consecuencias.
Cuando decidimos a cambiar, confiamos en la misericordia de Dios. Ahora bien, debemos creer que Dios es bueno y nos va a perdonar. Puede pasar que no cambiamos porque pensamos que no nos van a perdonar. Que Dios no nos va a perdonar o que la persona a quien ofendimos no nos va a perdonar. Y nos quedamos en un círculo constante de faltas y ofensas, muchas veces sin querer, pero que igual hacen daño y causan dolor.
Tal como lo canta el Salmo, nos corresponde pedirle a Dios: “Señor, descúbrenos tus caminos y guíanos con la verdad. Porque eres nuestro Dios y salvador. Son eternos tu amor y tu ternura”. San Pablo, por su parte va a insistir en que la vida es corta. Que lo que vemos es pasajero. Y hay que darle el justo valor a las cosas. Que lo malo no nos quite la paz y no nos quite la fe. Que lo bueno no nos distraiga de lo que es verdaderamente importante.
Así como Jesús llamó a sus discípulos y éstos dejaron sus redes de pesca, la barca y a su familia, para seguirle; hoy el Señor te está llamando, y toca preguntarte ¿Qué debo dejar yo? ¿Qué es lo que me aleja de Dios? ¿Cuáles son mis apegos, mis afectos desordenados, que me impiden o dificultad seguir a Jesús?
Dice Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; arrepiéntete y cree en la Buena Noticia”. Porque la voluntad del Padre es elevar a los hombres a la participación de la vida divina. Cuando nos reunimos en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra el germen y el comienzo del Reino de Dios. La iglesia somos nosotros y estamos llamados a mantener la unión con Cristo.
Los cristianos contamos con el regalo de la Biblia. En la sagrada Escritura, encontramos alimento y fuerza, porque, en ella, está presente no solo una palabra humana, sino que es realmente la Palabra de Dios. En los libros sagrados, Dios sale amorosamente al encuentro sus hijos para conversar con nosotros.
En definitiva, estamos llamados a Compartir el pan. Compartir el pan de la mesa, siendo solidarios; compartir el pan de la eucaristía en la misa, y compartir el pan de la palabra, leyendo juntos, en familia, en pareja, entre amigos, la palabra de Dios. Que esto sea posible en tu hogar, que puedan sentarse juntos a leer la palabra. Que así sea. Amén
Y si quieren comenzar, comiencen por el evangelio de Marcos. Así como se sientan a ver una serie de Netflix. Marcos tiene 1 temporada y 16 capítulos. No se van a arrepentir.
P. Daniel Figuera SJ